sábado, 27 de abril de 2013

Muere Manuel Mairena, el soberano poder de la saeta







Saeta para Manolo Mairena
Antonio Burgos


Por ahí tiene que andar la foto, por la colección de ABC y por las hemerotecas. Es mañana de Viernes Santo. Es San Román, que es una de las mejores formas de ser que tiene Sevilla en la mañana del Viernes Santo. Está entrando la cofradía de Los Gitanos. La hermandad aún no se ha ido a la iglesia donde hacían la primera comunión las niñas del Valle. Contrastes de Sevilla: de los velos blancos de las niñas, la capilla del Colegio del Valle pasó directamente al morado de los capirotes de la gente del bronce.

Es, como digo, una mañana de Viernes Santo ya cercana a mediodía, con olor a pucheros gitanos de bacalao con tomate. Está entrando la cofradía. Por ahí viene el Señor de la Salud, rompiéndose la camisa de los blancos puños almidonados con pasadores de tumbaga, de lo bien que lo traen la gente del capataz Manolo Gallardo. Paran el paso. Calla la música de trompetería que arrasó en su entrada en La Campana. Empiezan a sonar las saetas. Saetas de promesa. Desde la calle. Y de pronto, desde un balcón, un ayayayay largo y jondo, que hace inmediatamente el silencio. La gente mira al balcón del ayayayay con que empieza a brotar el borbotón gitano del manantial de esa saeta, que pronto será ancho río de emociones en cuantito doble el meandro del primer tercio. La gente ve en ese balcón a un nazareno de Los Gitanos sin el capirote, con su túnica y su medalla al pecho. Es ese nazareno el que canta este ayayayay inconfundible de la saeta gitana, como una banderita que le pusieran al puente de la fe de un pueblo perseguido al que en este rincón de San Román liberó otro de su raza, su Señor de la Salud.


Y ese gitano que le está cantando una saeta a su Cristo vestido de nazareno, en un balcón, es Manolo Mairena.





miércoles, 27 de marzo de 2013

Manuel Mairena en la Exaltación de la Saeta 1996




SAETAS: EL REZO JONDO






Una de las sensaciones más estremecedoras de la Semana Santa andaluza es oír esa quebrada voz que, desde la soledad y el anonimato, brota de las alturas para orar a las barrocas imágenes cantando jondura. La saeta ha sabido encontrar en el flamenco un modo de canalizar su plegaria. El flamenco en la saeta, una forma de acercarse a Dios. Pero este encuentro no es ni mucho menos casual a tenor de reflexiones como la de Gabriel del Estal, para quien "el flamenco es ya de suyo una oración".

La saeta se remonta a un momento incierto de la historia como un cántico popular cuya intención era incitar a la devoción y a la penitencia, con ocasión de un Via Crucis, o como cántico de pasión. Estas saetas sentenciosas o avisos morales fueron cantados en el siglo XVIII por los hermanos de la Ronda del Pecado Mortal, que recorrían las calles para inclinara a los fieles a la piedad y el arrepentimiento.

El nacimiento de la saeta popular y la costumbre de cantarla el pueblo para expresar su sentimiento religioso data, aproximadamente, de mediados del siglo XIX. Esta primitiva saeta, actualmente casi desaparecida, conmovía por su entonación grave, pausada y monótona, sencilla de estilo y ejecución. Nacieron como fruto de las modificaciones que, sobre las saetas antiguas, realizaron intérpretes de cada localidad andaluza. Las saetas tenían la señal de identidad de su lugar de origen, lo que dio lugar a cantos propios y autóctonos como la saeta vieja cordobesa, la cuartelera de Puente Genil, las saetas marcheneras o la samaritana de Castro del Río.

En el lecho del pueblo llano, confluyeron a principios del siglo XX ese canto de la fe y esa otra forma de expresar los sentimientos más profundos que es el flamenco. La expresión artística del pueblo dio forma a la saeta, aflamencándola y adaptándola a sus estilos. Surgió una copla de cuatro o cinco versos octosílabos cantada por martinetes o seguiriyas, palos que por su jondura casaron bien con el tono negro de la pasión de Cristo. Desde entonces, se interpretan al paso de las procesiones de Semana Santa dirigidas, sin acompañamiento, a las imágenes. El tema de las coplas es, obviamente, la pasión y muerte de Jesucristo, como ejemplifica esta letra de Francisco Moreno Galván, grabada en 1974 por Diego Clavel:

Llevarla poquito a poco,
Capataz, cortito el paso
Porque se ajoga de pena,
Y lleva los ojos rasos
De lágrimas como perlas.
(...)
Lo bajaron del madero
Y en sábanas lo pusieron,
Su cuerpo descolorío,
Su madre pregunta al cielo:
¿Qué delito ha cometío?

La aparición de la saeta como cante flamenco puede provenir de bastantes años antes de su divulgación en los años veinte, según José Blas Vega. Aunque no se conoce a ciencia cierta referencia de su creador, algunos teóricos citan a Enrique el Mellizo, junto a otros miembros de su familia. Hipólito Rossy sostenía la teoría de que el creador de la saeta flamenca fue Manuel Centeno, mientras que otros teóricos la atribuyen a Antonio Chacón o Manuel Torre. Intérpretes reconocidos de la primera época de esplendor de la saeta fueron La Serrana, que grabó en disco, Medina el Viejo, La Niña de los Peines y Manuel Vallejo, junto con el que se dice fuera su mejor artífice, El Gloria. Su personalísima interpretación es la más seguida por los saeteros posteriores, dada su perfecta estructura flamenca desde el ámbito musical.

De la saeta de Centeno se desprende la versión moderna, muy recargada de ornamentación y alargamiento de tercios, que se impuso en Sevilla a partir de los años veinte por boca de La Niña de la Alfalfa. Carmen Linares recogió este peculiar estilo en la antología La mujer en el cante, sobre la marcha Amargura del compositor Manuel Font de Anta:

Ya se acerca la esperanza
Hermosa como los cielos
Gloria de los sevillanos
Y honra de los macarenos